Humanos y Presencias


Mi investigación pictórica está centrada en encontrar nuevas formas de representar la realidad visible e invisible, de cuestionar los sistemas de percepción y representación de eso que llamamos realidad.

Trabajo a partir de un sistema dual, una polaridad básica: realismo y abstracción, espacio ilusorio y plano, mímesis e invención, apariencia externa y evocación interna. Utilizo un género clásico de la pintura, el retrato, que combinado con las formas abstractas, me permite entrar en el espacio de colisión conceptual de dos realidades que son opuestas, complementarias o equivalentes. Cuando miramos un rostro representado pictóricamente al lado de una esfera de color puro, en ese ir y venir de la mirada de una imagen a otra ocurre un fenómeno en la percepción que nos hace cuestionarnos la realidad de lo que vemos, y esto puede abrir la posibilidad de acceder a otra realidad que se esconde detrás o debajo de la realidad cotidiana. El intento es ayudar a abrir las cortinas del mundo establecido por nuestra mente, rasgar el escenario, permitir que sea visible que nuestra construcción de lo que creemos real es un hábito mental que frena el acceso a otras dimensiones posibles.

Para mi, el estilo pictórico no define la personalidad, la visión interior o el estatus cultural, sino que es una herramienta más, como el pincel o el lienzo, que me permite jugar con los clichés establecidos por la historia del arte. Trato de asumirlo como una etiqueta necesaria -tranquilizadora- que me permita ir más allá para intentar que la representación ilusionista -falsa- pueda sentirse como un hecho real. Me gustaría que pudiéramos relacionarnos con los cuerpos humanos que represento en los lienzos como si fueran personas reales, o que un óvalo o un círculo de color luminoso puedan ser objetos en la misma categoría de existencia que una piedra, un sauce o una lata de conservas.

Cuando retrato a alguien querría que su vida, especialmente la vida de sus ojos, quedara enlazada al lienzo. Es mi amigo, mi mujer, un desconocido, mi madre, mi padre, yo mismo, y al mismo tiempo todos somos lo mismo, es la misma mirada. Humanos. Ellos posan, y lo que me importa no es tanto lo que pinto sino lo que me sucede mientras les miro, y también cómo miro el mundo cuando suelto los pinceles, algo se ha transformado y mi realidad ya no es lo que era. Cada vez que alzo la mirada desde la pintura hacia mi vida todo se vuelve más luminoso, y también más extraño. Deseo ofrecer unos cuadros que sean agitadores de la mirada para entrar al mundo sin darlo por hecho.

En los humanos, la desproporción de los cuerpos no es un recurso expresivo o surreal. Simplemente necesito deformarlos para sentirlos más reales. Cuando los pinto siguiendo las proporciones no puedo creérmelos (si la cabeza me importa más que las piernas ¿cómo voy a pintarla tan pequeña?). Desencajarlos, estirarlos, reducirlos o aumentarlos de tamaño los vuelve más reales a mi mirada, los coloca en su auténtica proporción. Entonces un cuello muy largo es perfectamente normal, y sin embargo un rostro pintado al estilo realista es completamente irreal.

Las presencias -cuadros abstractos- son para mi como ready-mades, como objetos encontrados al azar. Vienen a mi como fenómenos que no pueden ser de otra forma. Pinto y aparecen. Existen como son, sin mi voluntad.

Los humanos me invitan a entrar, a hablarles. Las presencias vienen a mi y me dejan parado y en silencio. Los humanos me hablan de mi vida y de cómo me la creo o no me la creo. Las presencias muestran otra vida que no conozco o no recuerdo, un espacio anhelado. Cuando miro a un humano y a una presencia, uno al lado de la otra, algo no visible sucede entre medias. Ese algo, para el que no hay palabras, es lo que me importa llegar a ver, y si llego a verlo, poder mostrarlo para que sea visto.


Javier Melguizo